Crónicas de Muñozo: Un Hombre «Biónico» en Panguipulli

Por Jorge Jimenez.- 


Presentación: El escritor Jorge Muñozo, autor de Cuentos al Merkén, desde hoy y semanalmente, escribirá en RedPanguipulli 24 crónicas, una crónica por semana, de personas relevantes en la historia de Panguipulli, sin importar su condición social, religiosa o política, que sea, o haya sido un aporte a la cultura local y la idiosincrasia de nuestra comuna. Serán crónicas íntimas, entretenidas y que saca lo mejor de nosotros.


Crónicas de Muñozo.- Hoy nos sentamos frente a frente con el hombre, el niño, el vecino, el padre de familia, el nunca invisible, Abel «Bionico Muñoz». Cualquiera creería que tiene una fuerza física descomunal, pero no, no es su pegada la que derribó a cada uno de sus contrincantes en ese cuadrilátero de la vida, sino su convicción para ir adelante, mirando de reojo su pasado glorioso. Es un hombre de mirada fija, y palabra afilada. No anda con rodeos. Estuvo y se fotografió con Carlos Monzón, y que fue, también como el biónico, un niño que creció en el barrio y llegó a ser Campeón Mundial de boxeo.

También estuvo  con “Martín Pega Martín Pega”, el mítico Martín Vargas, otro hombre hecho a mano que marcó toda una época de boxeadores. El  hombre biónico de esta comuna del fin del  mundo, con la mirada en otro lugar, me muestra su tesoro. Entra a la carrera a su cuarto, como si yo me fuera a ir de ese lugar en el acto. Entra y sale, primero con un manojo de recortes, donde aparecen personajes que conocemos y que el sigue con admiración. Desde Monzón, pasando por PacQuiao, Chico Velázquez, Mike Tyson, Joel “Pícaro” Mayo, Luis Angel Firpo, “El Toro Salvaje”, Carlos Cruzat, Héctor “La Maldad” Medina, entre otros que también se jugaron la vida, ahí en el ring de cinco por siete metros. Una vez más entra al cuarto y regresa con añosas y preciosas fotografías en color. No las de ahora, digitales, sino de aquellas en donde se le introducía un rollo fotográfico a la cámara, y las imágenes salían de cualquier manera, y luego se les llevaba a desarrollar en una tienda especializada. Toda una hazaña. Ahí se le ve joven, con un físico trabajado, y con los ojos puestos en el futuro. Así luce el soñador Biónico Muñoz, con los brazos arriba, sonriente y muy joven, con un brazo arriba, de triunfador, por puntos o por «knock Aut».



Este hombre, que ha formado una gran familia, y si lo vemos conversando en la calle, nadie adivinaría que se subió al ring 217 veces; que peleo 35 años consecutivos; que no tuvo rival que lo tumbara. La calle le dio esa sagacidad para estudiar los puntos flacos de su contrincante. Ahora  observa, cuida sus palabras como hombre trabajador y sabe que lo ha logrado. Nadie podría adivinar que fue Campeón de la Provincia Río Negro el año 86 de siglo pasado sin apelación. Todos dicen que fue en Argentina, pero la realidad es otra, ya que en esa zona de la pampa, hay tantos chilenos como en cualquier villorrio de Panguipulli.

Como chileno, tuvo su público, que lo siguió con fervor, y lo reconocía en la calle. Al regresar a Panguipulli, ya maduro, se dedicó en cuerpo y alma a ganarse un lugar, en la tierra del Espíritu del León.

En la década del 90, ya como entrenador, boxeador  y promotor al mismo tiempo, como el circo Chamorro, logró, a punta de esfuerzo y de golpear puertas, donde las quisieran abrir, dos Campeones de Chile. Uno fue Ricardo «lorito» Aravena el año 93 y a su hijo, José «biónico junior» Muñoz , el año 2012.



Toda la documentación que me muestra con los ojos llenos de gloria y emoción, da cuenta de que se ganó en el ring de las Pampas Argentinas el respeto. Le llamaban el chileno, el biónico, el imbatible. Ahí lo vemos en una fotografía, y como lo había soñado desde niño, con el puño izquierdo arriba, bien arriba. Este hombre, que sus aficionados creían un gigante, asoló pueblos como Cipolleti y las Provincias de Río Negro y Neuquén. Solo pesaba 61 kilos y la melena la llevaba al viento.

Ambos, nos conocíamos de oídas, pero no hablamos de mí, sino de alguien importante. Nos costó encontramos, y sin saber mucho de que se trataba esto, aceptó hablar de su vida, solo estuvimos una hora juntos mirando el gran lago Panguipulli. Hizo lo más difícil, hablar de sí atropelladamente, que la conversación se dio en libertad, sin ataduras y sin libreto. No era cosa de ir y preguntar por preguntar, sino conversar como quien se encuentra en un bar, en un café o en la fila de un circo. Nos tropezábamos entre lo que el intentaba contar y lo que yo quería saber. Hace años que lo había escuchado en las radioemisoras de Panguipulli, tratando de promocionar su trabajo, hablaba de corrido. Don Abel, el hombre biónico, tiene eso, que no deja indiferente a nadie. Tiene el don de la palabra, que tal vez la domesticó en la vida sacrificada, y que lo obligó a plantarse firme y con la convicción de quién va a volar. Con la palabra se defendió, y con los puños se ganó la vida y el respeto lejos de su tierra, honradamente. No fue fácil hacerse a mano. Tomo cada decisión sin pensarlo mucho. Tomó cada oportunidad que apareció, y avanzó así «como jugando». Es seguro que nunca le tomó el peso en quién se transformaría con los años, alguien reconocible en cualquier calle, sobretodo en Panguipulli. Así se decidió a dejar un legado a las nuevas generaciones de boxeadores y boxeadoras jóvenes, de manera de devolver, de pagar cada mano que le tendió la gente que creyó en él cuando en dos etapas de su vida volvió a probar guantes.



Don Abel es una persona amable, como se ve en sus añosas fotografías, donde de joven sale en el cuadrilátero atacando con su demoledora zurda, decidido, como si peleara en la infancia, cuando se pelea sin saber por qué. En las fotografías sale feliz, aun cuando ha perdido una pelea por puntos, porque perder una, «no le hace», ya que siempre fue reconocido como campeón. Un día cuando pequeño, alguien lo desahució, le dijo sin tino: «Este cabro no puede pelear».

Esta frase se convirtió en el motor de su vida. Se dijo para sí, «yo puedo». Y llegó lejos.

Los aplausos se multiplicaron «allende Los Andes». Se fue de Panguipulli cuando todos los chilenos migraban por un mejor futuro, allá por los años 80. La ciudad de Constitución lo acogió por un tiempo, heredando de su padre el trabajo de faenero maderero en el Complejo Maderero de Neltume. Cuando la situación no dio para más en la sexta región, cruzó la Cordillera Allende Los Andes, y ahí saltó a la memoria colectiva de Neuquén. El nombre de «El Biónico Muñoz», estuvo en cada casa, en cada bar, en cada afiche pegado en el barrio de aquella provincia. Su hermano mayor, de pequeño lo había apodado así, «el biónico», tanto que cuando ambos estaban en Argentina, lo llamaba por su apodo. Cuando el manager argentino que le dio la oportunidad de boxear, le buscaba un nombre poderoso que asustara a los que se medirían a golpes, y naturalmente, y como nos sucede a todos, los sobrenombres que recibimos, son parte de nuestra piel, por eso en los afiches pegados en la paredes, y calles polvorientas de los pueblos de las Pampas Argentinas, anunciaban la velada boxeril, a un tal y temido «Biónico Muñoz». El «hombre Biónico que venía de Chile». Ahí llegaba en silencio, y con la mirada fija en el cuadrilátero, sabiendo que se jugaba la vida en cada pelea. No podía perder. Lo que partió como un medio para vivir, pasó a ser una pasión que aún recorre los rincones de su corazón. El boxeo es un deporte, es una disciplina desde tiempos inmemoriales, muchas veces asociado a personas violentas y de dudosa reputación, pero no es así, es un estigma.



Tenemos el ejemplo de Mohamed Ali, que prácticamente pasó de la esclavitud norteamericana, a ser Campeón Mundial de Boxeo, con una claridad política y religiosa nunca antes vista. Fue un farol para las generaciones que vinieron. La mayoría de los grandes boxeadores, y que han dejado huella, son de erigen humilde, y no es la excepción de don Abel, el luchador. Cualquiera que converse un momento con él,  se dará cuenta que dice las cosas por su nombre, no por ello con faltas de respeto, al contrario, tiene un vocabulario desarrollado y se la juega por el pensamiento crítico. Quiso como todo padre que sus hijos siguieran su senda, más la vida y la sabiduría le ha mostrado que a veces las cosas no son como uno quiere. A “Biónico”  la vida le dio limones, he hizo limonada. A su hijo, que también fue boxeador joven de Panguipulli, le puso notas de música en las manos.

No puedo dejar de mirarle con respeto y admiración, porque pocos o nadie sabe que ha trabajado por años casi ad honoren. Así como el arte, la gente subvalora el oficio, y «El Biónico» ha trabajado gratis, dando su tiempo, y devolviendo la mano con la formación de  los «renuevos».


Crónicas de Muñozo, por Jorge Jimenez, escritor de Panguipulli.