Crónicas de Muñozo | Un gigante en Panguipulli

Crónicas de Muñozo.- Se le ve alegre y sereno por los caminos, de acuerdo a la estación del año, polvorienta o barrosa de la ruralidad inmensa de Panguipulli, cruzando esteros, luchando con la “murra” que llegó desde lejos para quedarse,  una veces saltando cercos, otras veces, subiendo empinados senderos, otras bajando al borde del abismo, de acuerdo a la necesidad, a veces,  tirando “a lo derecho” para acortar las distancias y paliar la fatiga. Es un hombre que no descansa, no se da ese lujo. Sabe que de su trabajo fundamental emana una ”fotografía” de la realidad familiar. En cada casa, mediagua o fundo lo conocen, lo reciben, y muchas veces lo buscan para que sea el que conozca la interna de cada familia de Panguipulli. Han pasado por su vida todos los Alcaldes, y el actual, no será una excepción. Se le ve a diario salir de su oficina al mundo para cumplir con su misión, porque más que un trabajo, lo ha tomado como una verdadera religión, como un dogma, como una misión. Su padre siempre le habló mientras reparaba los zapatos de los pies trabajadores de sus vecinos;“hijo, cuando usted trabaje, hágalo bien, o no lo haga”. Ese destello de dignidad ante el trabajo lo marcó.

Cuando conocí a Walter Becerra Parra, en el Departamento Social de la Municipalidad de Panguipulli, por allá por el lejano año de 2001, solo a meses de haber cambiado de siglo, comprendí que su trabajo era de vital importancia y muy poco reconocido. Al entrar me miró como quien no ve nada, agachó su cabeza y regreso al trabajo que yo había interrumpido. Estaba concentrado revisando estadísticas, números, datos en planillas de cartón ocre, que albergaba la información proporcionada por las familias del extenso territorio del “espíritu de león o puma. El trabajo era incesante, y a diario se acumulaba en torres de fichas que se multiplicaban en una mesa redonda donde era acompañado por sus colegas Tomás Recabarren y Claudia Millanguir. A diario y luego de tomar un café de pie alistando los materiales,  salía cargado en una mochila y con los nombres y las coordenadas de personas a buscar después de trasladarse en micro o bien en camioneta. Siempre lo acompañaba un mendrugo para pasar el día. Cuando nos encontrábamos yo le molestaba diciéndole “pesadamente” – COMO ESTA KUNG- FU. La buena suerte de Walter,  era que la gente es cariñosa cuando vas a trabajar a su casa, y caminas kilómetros y kilómetros para encuestar a una nueva familia o para actualizar los datos de una familia ya encuestada, la “mater family” se esmera por atenderte, y así era con este pequeño gigante. Como aquellas ves que llegó a encuestar a la Sra. Antonia Calfuman Pichipillan en Cultruncahue, que después de contestar preguntas que no comprendía bien, contestando intuitivamente, y tomándose todo el tiempo para pensar bien que responder. Lo que si tenía claro, era que esa persona simpática y que se ríe por todo, – “de seguro tiene hambre, pensó- y al terminar, como siempre lo hace, “silenciosamente”, fue a la cocina y regresó con una taza con flores rosadas estampadas en una de sus caras, y un pan recién horneado y con una tajada gigante de queso en su interior, que había comprado el día anterior la feria Campesina. Walter abrió los ojos y no pudo con la tentación. A modo de agradecimiento, y para que la Sra., no se sintiera mal, le “atrincó” un mordisco furioso. Se despidió agradecido, y se perdió por la huella que da al Cementerio de Cultruncahue. Ella lo siguió con la mirada desde lejos para cerciorarse de que había cerrado la tranca. Al parecer a Walter esto le pasaba a menudo, porque siempre andaba alegre, y como dice el dicho: “Guatita llena, corazón contento”.

Este gigante fue un estudiante feliz, no aventajado, pero feliz. Y la felicidad es algo que nos e puede cambiar por nada. Su mayor potencial es estar ahí para servir y apoyar.  La Enseñanza básica la cursa en la Escuela Nº 217, hoy María Alvarado Garay y la Enseñanza Media en el Liceo C-11, hoy Fernando Santivan. Digno de destacar es el hecho que en una consulta general, se le eligió, entre sus pares, como el mejor compañero, el mejor de los mejores. Todos identificaron que su grandeza radicaba en la humildad y el compañerismo. Como es de estatura promedio, siempre fue protegido por aquellos compañeros más altos. Lo cuidaban.

   | LA OPORTUNIDAD

Walter, desayunaba junto a sus padres, cerca de la cocina a leña, mientras llovía “diluviosamente”, cuando por la Radio Panguipulli, una pintoresca del hombre de radio, de apellido Sandoval, conocido como “Dino”,  dijo al honorable público que pusieran atención a este llamado laboral. Al termino del anuncio, y supo que se necesitaba una persona para trabajar en la Municipalidad de Panguipulli como Encuestador, no lo pensó dos veces y se fue derechito hasta el edificio consistorial con el Currículun Vitae de media página, que en realidad eran casi solo sus datos personales. No tenía muy claro en qué consistía el trabajo, pero se dio maña para convencer que él era el hombre indicado para esa labor. Fue así que en noviembre  del año de 1995 entra a trabajar en los Edificios Públicos. Ese periodo era Gobernado, post Dictadura, con agilidad y éxito por Don Andrés Sandoval. Hoy aún la gente en los campos se acuerda de ese periodo donde se abrieron caminos, y la Municipalidad era un referente para todos.

   | MI PADRE, UN ROBLE, MI MADRE UNA LUZ

Es el cuarto de seis hermanos, que consta de dos mujeres y cuatro hombres. Walter, el pequeño gigante, nació de parto natural el 02 de mayo de 1971, y solo por horas, casi nace el 1º de mayo, tal vez por eso que se le ve en las calles apoyando las causas y enarbolando la Bandera chilena el lienzo que reza “No más AFP”. Su padre, Don Víctor Becerra Ramírez, que bordea ya los cien años, zapatero de oficio, y de los buenos como “Pachuco Verdugo”, apareció por Panguipulli el año de 1949, después de viajar por horas en tren junto a su madre y su hermano mayor, era de Lanco, en busca de trabajo. Su madre, es la Sra. Hortensia Parra San Juan, tiene 75 años, y es dueña de casa, y la que le ha dado el amor a sus hijos. Es oriunda de Fresia, cerca de Puerto Montt. Llegó por etas tierra buscando a su abuelo, que según el correo de las brujas, residía acá, a la postre no lo encontró pero si se quedó cuando hizo familia con don Víctor y tuvieron seis hijos.

   | LOS CAMINOS

Panguipulli tiene más de 360 localidades, y Walter ha abierto senderos y caminos. En los primeros años, se encuestaba a pie. La ruralidad era más cruda y con menos oportunidades. Las encuestas o instrumentos de medición de las características de cada familia han ido cambiando con los gobiernos sucesivos. Estaba la Encuesta Cas-2, luego se cambió por las ficha de Protección Social, y hoy está el Registro Social de Hogares. Walter ha pasado por un ejército de jefes y jefas, y sigue haciendo su trabajo, que difícilmente lo podría hacer otra persona, ya que el conocimiento del territorio, la idiosincrasia de la gente y su validación como un experto en su ámbito, en digno de destacar.

En una de las tantas localidades que cubría, después de sortear los perros que se le fueron encima, Walter, que ya era ducho en el arte de amaestrar caninos, tenía una técnica infalible. Al ver que los perros se le venían encina, agarraba por si las moscas una varilla de cualquier cosa y antes de amenazar a los quiltros, fruncía los labios y lanzaba un silbido, y si los perros movían la cola, sabía que la cosa estaba ganada. Al acercarse a la vivienda, se sonreía para sí, ya que la gente que lo veía venir, sabía que era como que venía la policía (municipal), ya que existían y a veces con razón la información de que los encuestadores debía revisar toda la casa, en búsqueda de electrodomésticos, que según la creencia popular les subía hasta el infinito el puntaje de la Encuesta Cas-2. Los dueños de casa habrían la puerta solo un poquito para ver quién era y le decían “espere un poquito que estamos ordenando. Así Walter escuchaba las carreras de los dueños de casa, incluidos niños y perros y gatos, la corrida de muebles y los susurros. Pacientemente esperaba hasta que todo estaba listo. –Pase le decían. Y todos ordenaditos. Los niños desaparecían. Solo quedaban los grandes. En una oportunidad, estaban en lo mejor conversando, para distender el ambiente, y entre medio Walter preguntaba cosas obvias, y los moradores contestaban también cosas obvias, de pronto y nadie sabe cómo y en que momento, se vino una ráfaga de viento y abrió de par en par una puerta, y los ojos de Walter no daban crédito a lo que su ojos vieron, un niño corría por la pampa con una Televisión de 14 pulgadas, y una niña más pequeña, arrastraba del enchufe, una radio,  con dirección a la leñera. Walter, sin acusar el registro, solo volvió a la conversación, como si aquí no hubiera pasado nada.

La Comuna de Panguipulli es gigante como Walter. Son tantos los caminos, que si se le es sumara su kilometraje, sumaría una distancia tal de un viaje por tierra de Panguipulli a Buenos Aires, de ida y regreso. Uno de los lugares más recónditos, es Trafún Chico, y más allá, donde hay personas que han elegido una vida alejada de todo y todos, donde para llegar se requiere caminar más de una hora para llegar a cualquier lugar, entre ríos, esteros y quebradas. Pero no es solo Trafún y Trafún Chico, hay también otros conocidos lugares como Calafquén, Choshuenco, Coñaripe, Cohihueco, Correltúe, Riñiüe, Liquiñe, Melefquén,  Neltume, Panguilelfún, Huerquehue, Los Tallos, Dollinco, Pichi-Dollinco, El Duero, Puerto Fuy, Pirehueico. En tantos años de trabajo, este pequeño gigante ha visto de todo, pero como es natural y apropiado, no todo, y por dignidad de las personas, se puede contar. Cierto día, entró como enloquecido Bernardo Toledo, Dideco de entonces y encontró a Walter zampándose un ulpo con leche, y le dijo – “te tengo una misión”. Lo dijo con tal convicción que  Walter levanto la ceja derecha y puso atención. Bernardo continuó y le indicó que debía partir raudo  hacia Trafún Chico, ya que existía una señora que no tenía, según la información disponible,  noción de la realidad y necesitaban encuestarla para tramitar una pensión de invalidez, solicitada por uno de sus hermanos. Terminó su ülpo y partió a cumplir. Cuando se internó más allá de Trafún Chico, cruzando el torrentoso Río Trafún, aún le quedaban unos cuantos kilómetros para llegar al lugar donde vivía en la soledad más absoluta en una construcción que eran troncos ahuecados superpuestos. Lo que se conoce como las casa de canoas. Como no logró conectarse con la señora que vivía en otra dimensión, incapaz de saber sobre el bien y el mal, Walter volvió sobre sus pasos a Trafún Chico donde ella tenía parientes. En un breve lapso, los hermanos y hermanas, grandes y chicos se reunieron avisando a través del sonido del “Kull Kull”. Luego de parlamentar,  uno tras otro emprendieron camino por esa huella única que los conectaba con esa hermana que había decidido vivir lejos de toda humanidad. Walter se fue tras ellos, sin comprender por qué iban todos si con solo uno podría llenar la encuesta. No pudo con la intriga y le pregunto al antepenúltimo que lo antecedía, que  para que habían venido todos – el hombre joven, de apellido Painepe, lo miró y le dijo sin pestañar – “es que todos somos uno”. Podemos vivir separados, pero cuando la sangre llama, asistimos. Al llegar, encontraron a la señora con la mirada fija y perdida en dirección Este, en las manos un puñado de hierbas, que las frotaba y las olisqueaba, como si a través del aroma pudiera reconectarse con un mundo perdido. La familia se sentó en el suelo en semicírculo, y cada uno fue contando la historia de su hermana desde el inicio de su existencia, primero en Mapuzungun, luego para que Walter comprendiera, en castellano. La palabra que paso de uno en uno, duró horas, y ya cuando casi anochecía, el último terminó. Al final, y fuera ya de la ceremonia, Walter entrevisto al más joven, que le dio los datos que necesitaba para cumplir con la encuesta. Al regreso a pie, y ya pasando por Trafún, pasó al lado al lado de un “Rehue”, que era custodiado por dos “conas”. Walter intrigado, pregunto respetuosamente porqué lo custodiaban, ellos orgullosos, y con sendas “varas” en ristre, y con la Bandera Mapuche en lo alto de una vara enterrada, respondieron que era para que nadie le hiciera daño al centro ceremonial. Durante días se quedó en trance, a veces sin pegar pestaña, pensando en la soledad de ser humano.  

Cada día, el pequeño gigante se interna por los caminos…