Crónicas de Muñozo: «Rex Panguipulli, el teatro de los sueños»
Crónicas de Muñozo: El cine me ha seguido toda la vida. A muy temprana edad, con mis amigos los hermanos Valencia, en los años 80, dejábamos de ir a la escuela para escabullirnos en un cine del Barrio de Quinta Normal, en Estación Central, en la intersección de Coronel Robles con General Velázquez, y por $50 estábamos hasta la noche viendo películas de indios malos y blancos buenos, de extraterrestres, y terminábamos con una de terror.
No muchos años más tarde, conocí el cine en el barrio Obrero de Frankling, en Santiago Centro, donde vi hasta la saciedad cine mexicano. En el año 1985, acompañé a mi madre a su trabajo, que consistía en hacer el aseo al viejo y mítico cine Ateneo en el Partido de San Martín en Buenos Aires. Cuando no daban películas, ahí ensayaba Juan Carlos Baglietto y Silvina Garré, a quien conocí. En la basura de las butacas, salía de todo.
Ya en Temuco, lloré a moco tendido con la Lista de Schindler y en la Universidad de la Frontera, entré a un Taller de Cine del Profesor Usller. Fue la época en donde me hice socio del Cine Arte Normandie, donde quedé prendado de «Cinema Paradiso», una cinta como ninguna, con música de Ennio Morricone que trataba de un niño que crecía en un pueblo con una plaza, y en medio de la plaza un pequeño cine que se llamaba “Cinema Paradiso”, en las montañas de la Italia de los años cuarenta.
Era un pueblo sin fe ni futuro y el cine fue lo mejor que les pudo pasar. Al cabo, ese niño creció, se hizo cineasta y asistió a la demolición del pequeño cine, donde había pasado los mejores años de su vida. El pueblo había envejecido y el niño también.
Pasaron muchos años y me instalé en Panguipulli, y pasé por Lanco, y con un sándwich en mano y una taza de café, estacioné frente a un local, de donde salía una melodiosa banda de Jazz, sin saber que años más tarde, conocería ese local aun desvencijado y roído por los años. Era el Gran Teatro Galia. Ese magnífico teatro, fue construido por inmigrantes franceces, todos masones, que en una guerra religiosa, con la construcción del teatro, le quitaron a la Iglesia Católica el privilegio y la posibilidad de construir su Iglesia, al costado del centro cívico. Caso único en Chile, y creo en América. Me hice Director de la Biblioteca Pública de Lanco y tomamos la decisión de trasladar a la Biblioteca, donde aún se encuentra, un viejo e inmortal proyector de películas de cinta. Todo esto hasta conocer, la historia del Gran Cine Rex de Panguipulli de dónde provenía uno de los proyectores.
AHÍ HUBO UN CINE

Veinte años pasé frente a esa fachada de una casa habitación que guardaba un secreto que solo los antiguos habitantes de Panguipulli sabían. De hecho, ellos mismos habían ayudado a levantar con su asistencia a todas y cada una de las funciones. Es la casa de la Calle Martínez de Rosas Nº 410. Hoy es una fachada de cuatro metros de frente, con un ventanal de dos hojas, adornado por plantas en maceteros marrón. Dos puertas, una rojiza que da al local por donde se ingresaba al local, y otra de color marrón con manchones de verde esmeralda. Si miramos por su costado, pasa un estero, y un pasillo invadido con plantas de todos los colores. Fue ahí donde don Juan Montoya Pardo, un visionario, y que veía la oportunidad en todos lados, y que a la menor señal de que el mundo giraba más rápido que antes, transformaba todo y seguía adelante, de la mano y compañía de su Sra. Esposa, la Sra. Benedicta Ramos Jimenez, una mujer incansable, que entre 1960 y 1970 levantaron a pulso el Gran Teatro Rex.

La primera película que estrenó el Gran Teatro Rex fue “Las Ratas del Desierto”, en blanco y negro, película de 1953, en plena Guerra Fría. Todos querían ver ese cine bélico de la “mocha” entre EE.UU y la URSS. Sin nombrar que las películas de apaches (indios malos) y los blancos (buenos). La caballería montada, etc.
Años antes este hombre inquieto y que le gustaba desde pequeño saber cuál era el alma de las cosas, solo desentrañándolas, podía ver el mecanismo y cómo funcionaban, y para que servían. La curiosidad era tanta que compraba mensualmente, y le llegaba por correo, la Revista Mecánica Popular, la que entre sus páginas promocionaba cursos de mecánica y electromecánica, además de contarles a sus lectores cómo funcionaban las cosas. Venía adherido un cupón recortable, que se llenaba con los datos personales, y adscribir a un curso certificado a distancia, y enviaban todo por correo, en aquellos años, a un lugar perdido en el mundo llamado Panguipulli. Don Juan Montoya, se hizo electromecánico gracias a las revistas, y gracias al certificado que le envió, por correo la National Scholls de Los Angeles, en California, Estados Unidos. Se hizo electromecánico.

EL TEATRO GALIA Y EL GRAN REX
Cierto día, uno de sus parientes lo ubicó en Lanco y le dijo que en el Teatro Galia, necesitaban a alguien que revisara el proyector de cine, ya que de un día para otro no había querido funcionar. Al otro día, a las 08:00 de la mañana estaba perfectamente vestido de ambo negro, y pulcramente peinado a lo Gardel. El teatro solo abrió sus puertas a las 09:00 horas. A las 13:00 horas el proyector estaba listo para deleitar al “honorable público” que esperaba las funciones de cine de la tarde y la noche. Fue un amor a primera vista. Se quedó trabajando y aprendió todo y no paso mucho tiempo para que Don Juan Montoya, hiciera un viaje de dos días, trasladando con bueyes uno de los proyectores que había comprado al Galia, y llegó a su casa y le explicó a su esposa que era el futuro. Ella le creyó y lo apoyó en esta fantasía de hacer reír, llorar, y soñar con historias contadas desde una filmadora. Así nació el Teatro Rex de Panguipulli. La pregunta era: cómo hacer para alcanzar la majestuosidad del Galia? Era imposible. Así que con lo que tuvieron, levantaron una construcción de madera, en el terreno que había comprado en 1960. La precaria construcción se asemejaba a un teatro, con un frente de veinte metros, por un fondo de cuarenta metros, y si lo miramos de costado, esta “Casa/Teatro-Cine”, está en desnivel. Solo un ojo entrenado puede verlo. No tenía butacas, sino “bancas” de madera, donde por cada una cabían tres o cuatro personas sentadas. Como telón, se colocaba en el fondo una inmensa sábana blanca, donde se proyectaba la imagen.
UN TEATRO/CINE DE BARRIO
La distribución de las cintas se realizaba desde Santiago hasta en Concepción, y de ahí hasta las localidades pequeñas como Panguipulli, que contaban con un incipiente sala de cine. Las películas que veían los vecinos provenían de ahí. Las cintas viajaban toda la noche hasta llegar a Lanco, donde don Juan viajaba a buscarlas. Los títulos de las películas venían, como es natural para aquella época, desfasados, ya que eran exhibidas previamente en las grandes ciudades, sin decir, que a Chile, ya llegaban desfasadas de otros países. Si hiciéramos retrospectiva de cuarenta o cincuenta años atrás, las películas que fueron “grito y plata” fueron sin duda las Películas de mexicanos, pistoleros, Cantinflas, pedro infante, entre otras. Mientras que en el mundo había otras cintas que llenaban cines y teatros. Entre ellas, Psicosis (Alfred Hitchcock), 2001, Odisea del Espacio (Stanley Kubrick), El bueno, el feo y el malo (Sergio leone) entre otras. Luego vinieron obras maestras del Cine como El padrino, La Naranja Mecánica, La Guerra de las Galaxias, el Exorcista, Alien, Rocky Balboa, Tiburón, cerrando con un bailarín de excepción como Jhon Travolta, protagonista de Grese, y Fiebre del Sábado por la Noche.

En las grandes ciudades se construyeron grandes cines, y en las ciudades más pequeños, aunque parezca una obviedad, se construían, más pequeños. Panguipulli, siendo un pueblo en nacimiento, no podía ser menos. En Martínez de Rosas #410 se construyó uno con lo que había. No había butacas como los grandes cines, y a pesar de ello eran un espacio de convivencia para las familias, lo que dejó una huella indeleble en su fiel público inicial. Ir al cine en los 60 y 70, en Panguipulli era una toda una experiencia sensorial, de convivencia con la familia. Era el lugar donde se hacían los amigos, se armaban los malones, se arreglaba el mundo y las parejas se enamoraban, para años después regresar al Gran Cine Rex, con sus niños. A la salida se comentaba la película, y todos eran por un rato héroes y villanos, y en la próxima navidad, era seguro en que la carta al viejito pascuero viniera la solicitud de un traje de “El Zorro” o “Superman”. A la mañana siguiente, y por varios, días era comentario obligado cada película, en el desayuno, el almuerzo, en el encuentro de los amantes, y en la cancha el día domingo. Eso era el cine.
EL DECLIVE Y RENACIMIENTO
Lo que fue un éxito total en el nacimiento de un espacio donde ver cine en Panguipulli, en un pueblo donde solo existían cantinas para el ocio, fue declinando en la medida que comenzaron a llegar los primeros televisores. La presencia de estos aparatos en los hogares en los años setenta fue el primer aviso. En los ochenta trajeron la generalización del vídeo. Ya las personas no necesitaban salir de sus casas para ver una historia en una pantalla. Pero como don Juan Montoya no había nacido para quedar inerme frente a los cambios de la tecnología, vio enseguida el futuro y sin pensarlo dos veces, dividió el espacio. Una parte para vivir junto a su esposa, otra para colocar las maquinas llamadas “Flipers”, que era un juego que por primera vez le permitía al jugador tener el control de la bola. Luego que este juego fuera en declive y como para ponerse al día, don Juan decidió abrir un local de Video Club. Las personas pagaban por una película en formato BHS, y por tres días la podían ver repetidamente hasta quedar con ojos cuadrados. Nadie se dio por enterado cuando la tecnología apretó el acelerador, y aparecieron los discos compactos y DVDs, lo que permitía “piraterar” la película del original a muy bajo costo. Eso terminó de un día para otro con el Cine Club. La vida de ese pedazo de Panguipulli fue muriendo y la gente pasaba, pasa y pasará por su frontis sin acaso adivinar que ahí estuvo el Teatro/Cine/Gran Rex.

Ya nadie venía a buscar películas para ver en familia. A veces se quedaba mirando por la vereda, pero no parecía un alma. La gente estaba en sus hogares, viendo las noticias a las ocho de la noche, en sesenta “mentiras” por minuto. Así que “rápidamente”, compró varias mesas de Pool, luego unos taca taca y Así fue re-convirtiendo el viejo y ya olvidado Teatro Rex, que la gente solo identificaba su ubicación cuando se encontraba un anuncio en la puerta de calle, donde hecho a mano anunciaban la próxima película, la hora y el valor.
CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA
Como hombre de matemáticas y electricidad, Don Juan tenía más que claro que el progreso y la ciencia no se detienen, como habitualmente lo repetía ese viejo sabio (incomprendido para muchos) de una serie francesa que se daba a diario en la ya instalada para siempre televisión, llamada “Era vez el hombre”. Una serie animada para niños, pero que veían los adultos, que en fondo colocaba el tema de la evolución y lo científico como motor de progreso. Sabía que la inversión de la televisión acabaría con salas de cine como la suya. Ya había hecho lo suyo con el Teatro Galia de Lanco, que se convirtió por mucho tiempo en Terminal de Buses donde los Buses Pirehueico, dejaba y recibía pasajeros tras la desaparición del ferrocarril y bus carril, luego fue Sede de Clubes Deportivos, que por largos años fue cerrado, abandonado y preso del olvido. Otra de las cosas que fue derrumbando el séptimo arte en la ciudad fue los agotadores viajes a Lanco a buscar las cintas que llegaban en tren. Como era agotador y costoso, convenía más juntar varias cintas y luego regresarlas, con lo cual la empresa distribuidora cobraba una multa por atrasos. El negocio dejó de ser rentable.
EL FUTURO
El año 2001 fallece don Juan Montoya, después de una larga enfermedad, este hombre que vio el futuro, y que sin medir consecuencias, se arriesgó a traer el cine para despertar a un pueblo que dormía la siesta. La familia hoy alberga en el fondo de lo que alguna vez fue un lugar de encuentro, diversión y magia, llamado y reconocido con el nombre Teatro Rex, lo que quedó, un proyector, viejas entradas, algunos rollos de películas, que si miramos a contra luz, podemos ver al menos una fracción de lo que las generaciones precedentes vieron desde un proyectos, donde se contaba una historia que venía de lejos. Hoy el compromiso de su hijo y su esposa, que viven en lo que fue alguna vez el Teatro/cine Gran Rex, es donar lo que queda en la medida que Panguipulli cuente con un Museo, para que la memoria del padre se haga justicia. Un espacio que garantice larga vida al Gran Rex, o al menos lo que queda.
Por, Jorge Jiménez.
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