Crónicas de Muñozo: Manos de barro, voz de miel

Crónicas de Muñozo.- Yaneth Alejandra Rodríguez Rodríguez, orfebre y ceramista de profesión tiene una voz de otro planeta.
Al escuchar su voz en la calle, solo pude regresar mis pasos para ver de dónde provenían esos sonidos guturales, graves y cercanos a la perfección. Solo vi unos enormes ojos sonrientes y un timbre de voz inolvidable, que si hubiera sido hombre, habría tenido un reguero de féminas a sus pies. Es mujer y de las guapas y su voz lo amplifica todo.
Como acostumbro a hablar solo en voz alta por la calle, y a menudo decir las cosas sin filtro, sin pensar y solo dejando al azar cualquier reacción de mi interlocutor(a), me acerqué y espeté: sabes, ¿te puedo decir algo? Ella, no me conocía y sonrió como diciendo, «dale, te escucho»; pensé que se intimidaría pero no fue así. Como no le dio miedo, me dijo que claro, dale, que podía, (de todas maneras no le quedaba otra) porque yo ya estaba lanzando la primera frase: «tienes un timbre de voz precioso, privilegiado, sideral, inmortal…. En eso estaba lanzando calificativos, a lo que ella hizo una mueca de aburrimiento a lo que mis “antenitas de vinil” captaron el mensaje y rematé a modo de consejo-sentencia y afirmación, (todo al mismo tiempo) y lo hice como que hablaba con alguien que conocía hace muchos años, sin embargo solo habíamos “colisionado” hace un par de segundos: «Debieras estudiar algo así como locución». Estarías perfecta para programa de radio. No me hizo caso porque lo de ella ya había sido trazado la noche en que su abuela «Humilde Esperger San Martín» le tomó la mano, para fallecer, agradeciendo al cielo antes del último respiro, y el ver por última vez esos ojos grandes y vivaces que había visto el primer día que nació, y sentir de a poco y lentamente como abandonaban sus sentidos este mundo, para ser parte del otro lado inexplorado.

En ese momento exacto, la Voz de Miel, Yaneth Alejandra, se dio cuenta que estaba sola en el mundo. Su mundo, su abuela, ya no estaba. Después de la última palada que cayó sobre el cajón, regreso con los ojos hinchados y rojos después de llorar hasta donde el alma le dio, tomó su mochila y salió al camino sin rumbo fijo.
En la ruta la encontró llorando desconsolada un amigo mayor, “yo te voy ayudar le dijo». Voz de Miel solo había cumplido dieciséis y su mundo solo llegaba hasta el cruce Puyehue. No había pegado un ojo durante la madrugada; solo esperando que amaneciese, haciéndose las preguntas propias de una adolescente que, después de recibir el último pésame, nadie había querido hacerse cargo de ella. Dos días antes nunca hubiera imaginado el giro de su vida en trecientos sesenta grados. No le quedó otra que convertirse en una “inmigrante” en su propio país. Se empleó como cuidadora de niños y se fue a la Capital, como tantas mujeres de esta tierra. Ni supo qué bus tomó, solo subió y trató de dormir. El equipaje era mínimo. Un bolso de mano, y la incertidumbre de donde iría a parar. En la mano derecha solo un pequeño papel donde estaba garabateado un número de teléfono que la conectaría con su nueva vida. No estaba tan segura de hacer lo correcto. Entre sueño y sueño de madrugada, lloraba. El bus surcaba la 5 Sur, bajo una torrencial lluvia. Al fin la venció el cansancio y durmió. Solo despertó con un agradable aroma a café. Había descansado el alma y su ánimo era otro. Entraba ya a Santiago, con una parada en San Bernardo. Parecía que lo ocurrido un par de días antes hubiera en realidad sucedido hace años.

Al descender del bus en el Terminal Santiago, se sintió distinta, con otro ánimo. Con dieciséis años a cuestas, se sentía como con cinco años más a cuestas. Así de sopetón se abría el mundo ante sus ojos. No obstante, había temor a lo desconocido. Sabía que tenía a que resistir. Su abuela la había preparado para la vida. “Hijita, le decía a menudo, nunca le tenga miedo a vivir” – le decía su abuela. Al salir del terminal, el sol que se mostraba, le pegó directo en los ojos. Con la mano derecha se hizo una visera, y al cabo dio con un teléfono público azul y amarillo. Traía solo ese número, y $100 para hacer funcionar el mecanismo mágico de hablar a distancia. A la distancia, después de que el auricular, sonó lejano por tres o cuatro veces, escuchó una voz al otro lado. Escuchó una voz parecida a la suya, y solo pidió hablar con la Sra. Claudia. Ese era el único dato que tenía anotado en ese pedacito de hoja de cuaderno de matemáticas, que se lo había guardado en “bolsillo de perro” del jeans desgastado. Un momento por favor dijo la otra voz, voy a ver si está disponible. Antes preguntó ¿De parte de quién? La llamada de cien pesos solo duraba tres minutos y ya había gastado dos minutos. Estaba sudorosa, con hambre y contando los segundos para no perder la llamada. Por fin sonó una voz alegre, distinta y con la vida en el tono. Como si la conociera desde siempre, le gritó por el teléfono “Yanetttt…¡¡¡. ¿Dónde estás?, No te muevas de ahí, voy por ti».
Cuando entró a su nueva morada, descubrió incrédula que existía una mujer que sería fundamental en la manera de ver el mundo, era Claudia Hidalgo, una Artista Visual que, a la postre, sería alguien reconocida en el mundo del arte. Era el “encuentro de dos mundos”. Yanet provenía de un lugar rural llamado Puyehue, a pasos donde alguna vez hubo un basural. Esa mujer que la adopto, la artista, al pasar los años le confió a «Voz de Miel» el cuidado de lo más sagrado, sus hijos. Pero no era cualquier cuidadora. Yanet tiene un aura que la hace querible. Tiene una manera de enfrentar la vida de una manera simple, sencilla, pero con sus valores inviolables y no transables. Describe a Claudia -“su jefa”- como una mujer sencilla, aplicada y dispuesta a ver cosas que otras personas no ven. “De a poco nos hicimos amigas”. Me ayudó a comprender la importancia de estudiar. Un tiempo estuve en esa casa enorme adaptándome a la nueva vida. De pronto cambiaron los planes y nos trasladamos de Pirque a Copiapó. De la lluvia austral, a la sequedad del desierto más desierto del mundo. Maduré a la fuerza, de un día para otro. Dejé de ser la pequeña, observada por unos ojos cansados, los de mi abuela. Dejé de ser la pequeña jugaba en el patio de mi casa en el campo, mientras mi abuela me miraba con ternura, me miraba con amor y solo movía la cabeza de un lado a otro con una sonrisa llena de “tarea cumplida”. Ella celebraba todo lo que yo hacía. Era amor puro. Dejaba que me embarrara haciendo tortas y pan amasado de barro (imitándole a ella), con esa tierra negra y fértil donde vivimos los mapuche de Panguipulli, donde cualquier cosa que siembres, brota. Se define como Mapuche, y aunque no lleve ningún apellido, se “lo deben”. Los rasgos no mienten y ella se enorgullece de ello. Lo suyo es la tierra y la honra trabajándola con sus manos creadoras. De pequeña jugaba a hacer tortas de barro las adornaba con las flores que su abuela tenía en su patio. Ya cuando ni se le veían los ojos de tan embarrada que quedaba, su abuela reunía leña, y calentaba agua en la olla bruja en el fogón, y se la llevaba a la rastra para bañarle con un jarro. De su cuerpecito se desprendía el vaho que subía hasta perderse por el techo agujereado. Después le daba de comer y velaba su sueño mientras la pequeña «Voz de Miel», soñaba quieta y feliz de la mano áspera de quien la amaba más en el mundo.
| NATURALEZA VIVA, VIVA LA NATURALEZA
En medio de los árboles nativos se levanta una construcción de madera, bien distribuida, colorida y donde reina lo vegetal. Plantas y flores tienen su lugar, las gredas también lo suyo. Muebles atestados de creaciones de Yaneth, «Voz de Miel». Ventanales amplios que dejan que el sol entre todos los días desde el PuelMapu. Y cuando la lluvia reina, también se agradece el aroma a tierra húmeda y el renuevo de todo, y el agua que lo purifica todo, hasta el alma. Ahí, los árboles se nutren y van creciendo lentamente los musgos, y en la época pre primaveral, los “digueñes” y los “changles” en los lugares más recónditos del lugar. En la entrada de la puerta, antes de hacer ingreso a la casa taller, maceteros perfectamente pintados de colores vivos, viven y reviven lentamente plantas de llantén, siete-venas, éter, romero y orégano, que conversan entre ellos y se saben importantes y fundamentales para la sobrevivencia de la especie humana, y hacen fuerza para que lleguen otros.
Las plantas son solidarias, dejan que los renuevos crezcan. Como desde la infancia fue muy apegada a la tierra, lo que la lleva a maravillarse de los colores, aromas y todo tipo de experiencia que le permita el entorno. Fue transformando, palmo a palmo el terreno donde levantó su hogar, su refugio, donde transforma la greda en figuras de la Cultura Pitrén.
EL TIEMPO ES VELOZ (Davin Lebon/Mercedes Sosa).
La vida no espera y una mañana «Voz de Miel» hizo el recuento y se descubrió ya mujer, y de un día para otro habían pasado veinte años, dos décadas, cuatro lustros, siete mil trecientos días, 175.200 horas y era el minuto de emprender el retorno a la mapu de su abuela. Todas las noches, antes de dormir y viajar en sueños hasta su casa, recorrer el fogón en donde su abuela, “pasada a humo”, le enseñaba con el ejemplo como hacer las cosas y disfrutarlas. Ella no había caído en la cuenta que sabía muchas cosas, ya que de chica no lo había percibido, pero la mente es poderosa y le empezó a enviar señales, un “De Javú” de cosas que le eran muy fácil hacer. Por eso no fue extraño que por un estado natural sus pasos fueran en dirección de la greda, la tierra húmeda, la llovizna de las mañanas, y el sonido del puelche que se colaba por las fisuras de la envejecida casa. Todo era distinto en Puyehue. Todos los amigos de infancia habían crecido, migrado, otros ya tenían hijos. Las viejas casa campesinas habían sucumbido al olvido, las termitas y los incendios. Otros no vieron el valor de la tierra y la habían vendido por “chauchas”. De a poco los “chalets” se apoderaban del entorno. Por eso decidió recatar un retazo de tierra y levantar a mano su refugio, su ruka, porque aunque lleva consigo dos apellidos similares, le deben uno, y no cesará hasta conseguirlo, no por orgullo, sino que por justicia.
| EL FUEGO FATUO
La buena estrella existe, lo supo cuándo por las noches soñaba con un fuego fatuo. «Voz de Miel» no sabía lo que era esa llama emergiendo en su sueño repetido. No encontraba una explicación a un sueño tan extraño como desconocido. Un día, en su salida dominical del trabajo, deambulaba por el Parque Forestal, y disfrutaba visualmente de esos árboles añosos que un día también disfrutó la generación de escritores del 40, del siglo pasado, Manuel Rojas, Fernando Santiván, Josá Santos Gonzalez Vera, Augusto D` Almar, entre otros anarquistas… de la nada pasó una gitana y le pidió unas monedas. «Voz de Miel» no tenía, pero si tenía una media marraqueta con mortadela. Se la dio sin pensar. La gitana, agradecida, le tomo la mano y le dijo: “No tengas miedo de mí, veo la tierra en ti”.
Retuvo su mano por uno segundos para solo decir lentamente con una voz desgastada por la mala vida, siete palabras que nunca más olvidó: “Tienes un fuego fatuo en tu interior”. Y la gitana, moviendo la cadera como solo ellas lo saben hacer, con sus ojos multicolores y su cabellera de plata, se fue cantando en Romané. A los días, ya con más de veinte años a cuestas, ya su amiga, para la que trabajaba, le hizo una propuesta, le costó un mundo decírselo, ya que no sabía como Yanet lo tomaría, al cabo la invitó a la enorme cocina a tomar un café expreso: “Quiero que estudies, para cuando te vayas de mí, todo haya valido la pena”. A medias acordaron pagar una carrera, cualquiera, la que a ella le gustara. «Voz de miel» con esos enormes ojos y la sonrisa alba, asintió un poco ruborizada. La buena estrella existe. No tardó en tomar en serio la propuesta y se inscribió en la Escuela de Arte en la calle Bustamante. Se especializó en orfebrería y cerámica. Siempre se acordaba de la gitana y el fuego fatuo. Algún significado tendría. Luego quiso avanzar más y aprendió a trabajar la “ñocha”. Luego en Panguipulli, a través de un libro que publicó un antropólogo de la Universidad Austral, se enteró que en un cerro a los pies del Lago Kalafquén, se había descubierto una alfarería milenaria, de casi 12.000 años, que de alguna manera ponía en entredicho la Teoría del Poblamiento Americano, que decía que el hombre había desarrollado toda su cultura en suelo de norte América. Esta cultura, “Los Pitrén fueron los primeros horticultores que habitaron el área entre el río Bío Bío y la ribera norte del lago Llanquihue, por ambas vertientes de la cordillera de los Andes y al oriente de la cordillera de Nahuelbuta (Chile). Es un ambiente dominado por el bosque templado lluvioso, que cubre desde la costa hasta los faldeos de la cordillera. Sobre ésta última, y antes de las nieves eternas, se desarrollan los bosques de araucarias, coníferas endémicas de esta región”. Ahí estaba Pitrén, un cerro solo a unos kilómetros de distancia, que dio el nombre a la cerámica andromorfa, que reina un vasto territorio.

El reino de «Voz de Miel», comenzó lentamente a llenarse de figuras. Varias “versiones”, cada una particular, del “Jarro asimétrico Pato/Quetrumetrahue”. Todas las mañanas, después del mate, sus manos se humedecen con la greda milenaria descubierta por cientos de generaciones anteriores a «Voz de Miel».
Pasó un tiempo en la Casona Cultural de Panguipulli, para luego migrar y hacer camino propio.
| MI ABUELA ME MOSTRÓ EL CAMINO, ENSEÑAR
“No comercializo lo que hago”, me dice con mirada sincera y yo le creo. Continua, “regalo a mis amigos el trabajo de mis manos”. Creo que hay cosas que no tienen un valor traducido en dinero, sino que su valor redunda en que uno pueda dejar en este mundo algo más. El respeto por mis ancestros y por la tierra es algo que no se puede pagar con dinero. Mi trabajo lo puedo trocar, pero no vender. Me siento realizada cuando veo una figura terminada. Me pasa lo mismo con la platería que fabrico en mi taller. Tuve la mejor escuela de la vida con mi amiga de Santiago, no fue mi patrona, fue mi amiga, como pocas y eso trato de regresarlo a otros y otras. Regalo paz, alegría, dignidad y cultura con mi trabajo. Así como ninguna figura es igual a otra, los días tampoco lo son.
Hoy «Voz de Miel» enseña su arte en la Escuela María Alvarado Garay. Cree que los niños y niñas necesitan saber lo que es la tierra, y que es tan importante como las matemáticas, el inglés, lenguaje y el Mapudungún.
Trabaja agradecida con niños de seis, siete y ocho años de edad, la edad de la inocencia, la mejor edad. Que aprecien la textura, y que las figuras que ellos con sus manitos moldean, queden en sus casas, en un lugar privilegiado, y que sus padres lo valoren como un trabajo único en su especie, ya que al final del día, sus hijos han hecho una figura única, irremplazable, con la paciencia milenaria del trabajo “hecho a mano”.
Yaneth Alejandra, «Voz de Miel», la tiene clara, “si los niños no tienen un conocimiento en estas artes, nunca conocerán la importancia de la tierra, del respeto al trabajo del otro(a), de la creación. Serán niños autómatas, y ahí hay una responsabilidad de los adultos… Solo conocerán el plástico.
«Voz de Miel», con su voz ronca y suave a la vez, solo dice; «gracias».
«Gracias», digo yo.
Puyehue, 07 de diciembre 2018. (23:00 horas).
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