Crónicas de Muñozo | La mano invisible

Por Jorge Jiménez |

UN CAFÉ PARA CONVERSAR

¿Qué puede haber en común entre Pilinhue y el País Vasco, en la lejana España?

Una mujer.

Esta mujer Mapuche, cada vez que aparezco por Casa Bermellón y me maravillo con sus «artefactos» creados por el ser humano, y utilizados, generación tras generación a lo largo y ancho de lo que fue la «terra incógnita».  Me abraza, y yo la abrazo como si fuéramos viejos amigos y la verdad es que solo nos vimos una mañana, hace muchos años, y ahora, en el reencuentro, me dice con la sonrisa en sus ojos: Hola Jorge, te sirves un café?. Me conoce. Así que trato de pasar seguido para disfrutar de su compañía y el café.

Desde hace quince años que ella quedó ahí en mi memoria remota, después de que hablamos solo quince minutos en el puente de Boca Toma. Me dirigía a Trafún, me habían ofrecido trabajar en una escuela perdida en el monte, y partí a ver dónde era, con dos marraquetas y una botella de jugo Yupi, tomé el bus y solo me alcanzó hasta ese puente. De ahí “a dedo” todo el camino polvoriento a Coñaripe, y luego el otro tramo, aún mas polvoriento a Liquiñe, hasta el cruce de Trafún. De ahí “a pata” casi ocho kilómetros en subida. Por suerte para mí, había un incendio forestal, y le hice “dedo” a Bomberos. Llovía, salía el sol, llovía, salía el sol, así que la ropa se me secaba en el cuerpo. Al final, no me fui a trabajar allá. Tenía que estar como tres meses aislado y con un metro de nieve. Ahí me contó que se le habían dado una Beca para especializarse en el extranjero. Nunca más la vi, hasta hace un tiempo atrás.

EL ORIGEN

Alejandra Leal Millanguir, apenas si había terminado su enseñanza media, pero ya tenía entre ceja y ceja el mundo. No por nada, desde pequeña jugaba con un globo terráqueo que por alguna razón estaba en su casa, pero nadie había podido responder a la pregunta de cómo había llegado hasta ahí. Después su papá, la mano invisible, le confesó que lo había cambiado por una oveja. Alejandra, con sus manos, giraba el globo y lo detenía con el índice derecho, y ahí se maravillaba con el nombre de un país remoto. Tenía la manía de ojear revistas y diccionarios y le llamaban la atención las fotografías de guerreros y tribus, de puestas de sol. No podía imaginar que todo eso era como un designio. De ella nada más se supo.

Eso hasta hace más de un año y medio, que por razones laborales. Desde temprano iniciaba el viaje desde casa que no es en ninguna parte, en Cultruncahue hasta Coñaripe, bordeando el Gran Calafquén, coronado con el «pillán». Cada día me llamaba la atención una enorme casona, que por mi memoria fotográfica, recordaba que había sido una vieja escuela que «a mediados del siglo XX los Padres Capuchinos de Panguipulli establecieron en Pilinhue, frente al camino antiguo que unía Panguipulli y Coñaripe. Cuando se trazó la ruta actual, la escuela fue trasladada hasta el lugar que está hoy, donde se formaron los niños de la zona hasta pocos años. Nadie recuerda muy bien cuando fue que quedó en el olvido. Al parecer recuperarlo no fue tarea fácil. La misma Alejandra me contó que se limpió, se recuperó el techo de zinc, las bases del piso de vigas de pellín, el campanario de raulí, y la transformó en lo que hoy es Casa Bermellón. Renació. Invariablemente, cada día pasaba por ahí, hasta que una mañana de abril, que no aguante mi irremediable curiosidad y entré como un explorador, descubriendo. Las salas y pasillos atiborrados con artesanías de Chile, América, Europa y África. Antigüedades y muebles. Maderas nativas, lanas, cueros, fibras naturales. En el patio, restos del pellín milenario. Incluso algunas «kalankas», que normalmente la gente la tira a la hoguera, son algo que nos lleva a una forma de vivir y ver el mundo desde Pilinhue. Desde la puerta siempre abierta, hay un largo y bello pasillo, vi cómo se acercaba una enorme sonrisa y unos no menos enormes ojos sonrientes. Era Alejandra, que ya no era una niña con sed de mundo, era una mujer que había retornado a “Terra Incógnita”, más con el aura de Alejandra…. era Alejandra¡¡¡ Buscó en la memoria y solo dijo, «yo te conozco a ti».

Desde ese día la visito y me invita cordial un café. No me puedo resistir. La conversación es lo mejor que se ha inventado y nos largamos a charlar. Ahí fui lentamente derrotando las barreras del olvido. Entre café y café, un día me contó que su papá, al separarse para viajar a España – “me tomo la mano, y solo la soltó para secarse la lágrimas que caían por su rostro”– . Cada noche que estuve en Europa, sentía su mano. Como que él, antes de dormir, estiraba su mano a la nada en la madrugada, y esa mano viajaba, se transportaba miles de kilómetros para acariciar mi cabeza mientras dormía. Era como una mano invisible. Es más, siempre he creído en el poder de la fe, y mi fe era que el viviera por siempre, pero la vida no es así. Cuando supo que no le quedaba mucha vida, se presentó ante mí, mientras dormía, y lo vi ofreciéndome su mano, y yo la tomaba. Cuando desperté, supe que era la hora del retorno.

LOS ANCESTROS

Alejandra Leal Millanguir, nació en Pilinhue, frente al “pillan”. Su madre, la Sra. María Millaguir Manquel, (pariente de don Dionisio Millanguir y la Sra. Marta Millanguir) del sector de Cultruncahue y su padre, Sr. Eugenio Leal Quintumán. Aunque se denota reservada, por alguna razón destacaba entre sus pares como estudiante. Siempre tuvo una natural inclinación por saber más, y fue así que postuló a una Beca, lo que le permitió volar a los dieciocho años a Centro América, miró con los ojos llenos futuro la Ciudad de Managua en Nicaragua, Costa Rica y Honduras. Al regresar, ya era otra persona. Como todo aquel que viaja para crecer, y no vivir en la burbuja. Ya a esa edad era una “Ciudadana del Mundo”, con muchas ciudades a su haber. Y como ya sabemos, el viajar derriba mitos y prejuicios.

LA PARTIDA

A España partió en 2004, en un frío y lluvioso agosto. Cerró la puerta de su casa en Pilinhue, llegó de noche a Panguipulli, abordó un bus, lloró casi todo el camino, en soledad a Santiago. Alguien debía recogerla en el parada de Colón, en San Bernardo, y de ahí derechito a la Sala Embarque Aeropuerto Arturo Merino Benítez, rumbo a lo desconocido. Llevó una maleta atestada de cosas que nunca utilizaría. Unas botas de goma, muchas chaquetas. Llevaba en sus hombros la crianza a la antigua. Aun en su casa, su mamá la Sra. María Millanguir, lavaba a mano en una arteza, y la plancha para estirar la ropa era de fierro. Cuando aterrizó el avión en el destino desconocido, supo que no había vuelta atrás.

ANTES DE LA PARTIDA

La perseverancia y resiliencia lo es todo. Alejandra cursó su Enseñanza Básica en la Escuela de Pilinhue, y después se trasladó al Liceo People Help People de Pullinque. Logró una especialización en Agricultura Convencional, orgánica y cultivo intensivo tecnificado. En algún momento que ella no supo, alguien la postuló a una beca. Paso mucho tiempo y ella se olvidó del tema. Un día venía de regreso desde Panguipulli, donde el bus, por trabajos en Bocatoma, tomó como alternativa por el camino de Tralcapulli. En esos instantes recibe un escueto llamado telefónico del Jefe de UTP del Liceo, quién le comunicó al borde de las lágrimas, que había sido seleccionada. Se quedó helada y no sabía que hacer. Así es que antes de llegar a su casa, se fue de regreso hacia el liceo para asegurarse que era algo real y recibir las felicitaciones de la Comunidad educativa.

Cuando terminó de decirles a sus padres que nuevamente se subiría a un avión, pero para ir más lejos, se hizo un silencio de muerte: Su padre después de unos segundos que parecieron horas, le dijo: “Lleva con orgullo la Educación que te hemos dado”. En cambio su madre que era una roca impenetrable, escondió el rostro y se puso hacer otras cosas. Desde ahí, y conforme el orgullo que sentían por su hija, que era igualable al dolor de tenerla lejos, se esmeraron por conseguir los recursos para financiar los gastos que eran necesarios, ya que la Beca solo cubría una parte del viaje y la estadía. Consistía en un año de estudio y práctica, el que se podía prorrogar. La vida se fue “cotidianizando” y ya con varios años en el mediterráneo, tramita y consigue la doble nacionalidad.

VASCOS Y MAPUCHES

A ciencia cierta, Alejandra no sabía nada del País Vasco. De España sí. Cuando Alejandra, el Mediterráneo, solo con el tiempo fue captando la esencia de este extraño pueblo de España, que hasta el día de hoy nadie podría asegurar de donde vinieron. Pudiera ser que lo que sabemos del Pueblo vasco, es que nada sabemos de él. Es más hasta podríamos admitir que los vascos descienden… de los vascos… Tal vez, en eso se parece a los Mapuche, y no solo eso, si no es su larga lucha por la autodeterminación, y una lengua difícil de aprender como el “Euskera”, así como el “Mapuzungün”.

Coincidimos con Alejandra, que cuando uno vive de prestado en otro país donde aunque hables la misma lengua o dialecto, todo es distinto. La distancia te mata, “nostalgias todo”. Solo ahí valoras lo que antes no veías, pero también, esa experiencia te hace crecer y nunca vuelves a ser el mismo/a. Es como el hombre/mujer que se mete al río todos los días. Aunque veas el mismo río, nunca es el mismo. Lo mejor para la soledad de la noche al retornar a tu cuarto es tener una compañía, y que mejor que un gato/a. Y como Alejandra creció acompañada de gatos y gatas que estaban por toda la casa de Pilinhue, lo primero que hizo al llegar a San Sebastián, frente al Mar mediterráneo, fue adoptar uno, para que la acompañara en las horas muertas. Su gato, con el tiempo se hizo enorme, y la curiosidad la ataco otra vez, y quiso saber de donde era este atípico gato. Buscó en el Internet interminables fotografías de los más diversos y extraños “gatunos” y su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió que no era cualquier gato, sino uno que provenía de los bosques escandinavos, era un extranjero al igual que ella. Todas las mañanas, este fabuloso felino, la despertaba con sus manitos o patitas en el rostro, y la miraba como miran los gatos. Sin saber a cuenta de qué, ese gato que el duró muchos años, le alargaba su diminuta manito o patita, y ella de verdad creía que era su padre, que buscaba todas las formas para llegar hasta ella. En las noches, y como toda mapuche, soñaba. Siempre se repetía el sueño, la mano invisible que le acariciaba la cabeza. Solo balbuceaba antes de dormir, “buenas noches papá”.

HERMANA POR OPCIÓN.

En ese largo viaje, conoció a otro ser humano que se enfrentaba a lo mismo,  Bárbara Pizarro, proveniente del norte chileno, con la cual, después del primer año de recorrer lugares antes solo soñados, y acompañándose en todo y en todas, se preguntaron, en la bella geografía de Hernani en un bar de San Sebastián, con una cerveza en la mano y frente al Mar mediterráneo… ¿y por qué no nos quedamos? Fue una decisión sin pensar mucho. Esa decisión les permitió tomar trenes que las llevó por toda Europa. Roma y Verona en Italia, el Coliseo Romano, Venecia, Florencia, el vaticano, hasta legar a la cima de la Torre Eiffel en París. Consiguieron visa de trabajo (2004-2016).

 

La vida era un torbellino de día, pero la noche era una paz de cementerio. A menudo soñaba con la mano de su padre, que era la “mano invisible” que la sostenía y la guiaba en sus largas caminatas. Ella le decía en largos llamados telefónicos: “Papá, te extraño”. El solo guardaba silencio y trataba de no llorar. A veces, durmiendo sentía los pasos en su cuarto, y esa mano Mapuche y trabajadora, tosca, áspera, y curtida, le acariciaba como cuando era pequeña, su cabeza que reposaba en la alba almohada.  Esa mano era tan permanente, que nunca se pudo soltar.  Un día recibió una noticia y supo que debía regresar, sin mirar atrás sino quería quedar como la estatua de sal.

Cuando puso, después de un largo viaje, un pie en Pilinhue, se dio cuenta que su padre antes de emprender el viaje al otro lado, había planificado todo con detalle, y solo ahí para ella cobró sentido lo que le dijo meses antes de morir.  – “Cuándo regreses, en Pilinhue habrá algo para usted” –  Era a la postre, su trabajo incansable de restauración en Casa Bermellón, esa vieja escuela, ahora una casona universal.

LA DESPEDIDA

Su padre había dejado todo pagado y ordenado. Asignó a cada uno de sus hijos una misión. Al cabo, Alejandra era la extensión de su existencia. Después de un tiempo, su mamá, la Sra. María Millanguir, en un ataque de lucidez, recordó las cartas de puño que Don Eugenio Leal Quintuman, le había dejado a cada uno. Se fueron leyendo una a una en voz alta. Todos y cada uno refugió en su pecho la delgada hoja. Cuando Alejandra estaba a punto de dormir, con los dedos palpaba la hoja y se despedía.

Buenas noches papá-.