Crónicas de Muñozo | Grumete Marcial, de Lago Neltume a la Fragata Almirante Williams


Crónicas de Muñozo.- La prueba solo contenía tres preguntas. Fui poniéndole a cada respuesta un tics de aprobado. La hoja venía sin nombre. Cuanto terminé de corregirlas todas, pregunté de quien era esa prueba sin nombre, y se levantó sonriente un niño. “Soy Cristian Marcial Curiñanco, dijo”. Todas las respuestas estaban correctas. A decir verdad, todo lo hacía con paciencia y dedicación. No todos eran iguales y el contra natura que lo sean. Es por ello que con mi tranquilidad de siempre, y con la convicción de que el aprendizaje tiene que ver con la vida y no necesariamente con el currículun, miraba y me moría de la risa (internamente obvio), cuando sus compañeros que se creían «vivitos», me miraban y le copiaban descaradamente a Marcial. Era un descaro total.  Un descaro solo homologado al que debe y no paga. Todos los días, inevitablemente, me dedicaba a contemplar las nubes sobre el Volcán Choshuenco, por una ventana sin vidrio, en pleno invierno. Mire mi reloj Casio y les indiqué, que eran las 09:55, que era hora de entregar la prueba. Marcial había terminado antes y solo escuchaba un poco de música con sus audífonos. De regreso del recreo, después de haber conversado poco y nada con mis colegas, regresé al aula, que a esa era hora era un tempano, y procedí a corregir y entregar inmediatamente las notas. Marcial, un siete cerrado. Los demás un tres coma nueve. Con la cara dura que da la juventud, me reclamaron, que como era posible, a lo cual expliqué sin emoción que era porque ellos habían copiado todo, así que si querían llegar al siete punto cero, debían llegar a la mañana siguiente, con un largo cuestionario que ahora les entregaría, y además les haría una interrogación oral, de manera que aprendieran la lección, que lo barato cuenta caro, y que lo que llega fácil, fácil se va. Que hay que esforzarse. Y que si me convencían de que lo habían hecho, no tendría problemas en ponerles un siete, ya que al fin y al cabo, yo no reprobaba a nadie. Uno de ellos llegó a tanta osadía, que no respondió nada, y solo dejó el siguiente mensaje: “Profesor, para que me pregunta, si usted sabe todo”. Para darle una lección, le puse un 4.0 solo por el ingenio, por la osadía, y porque me morí de la risa. (Nunca más lo hizo). 

Al final de la hora, Marcial se acercó y me dio las gracias. Gracias a ti le dije. ¿Cuál es tu sueño le interrogué?

-Quiero ser marino; dijo con cierto rubor-.

De ahí en más me di cuenta que era un niño con un sueño, y eso es algo que no se puede dejar pasar. Decidí ser parte de ese sueño. Mi forma de ayudar, fue ponerle solo sietes, aunque no se los sacara, porque lo que importaba no era si era correcta o no la respuesta en la hoja. Lo importante era seguir el sueño y hacerlo posible.

Muchos años después lo supe: Andaba en un barco recorriendo el mundo.

LOS DESAMPARADOS

Llegué a Neltume una noche de nieve. Nunca había visto un pueblo en penumbras, silencioso, y blanco. Saltar de la calle a la vereda era imposible. A la mañana siguiente, entré a la sala de profesores. Me recibieron con respeto y otros con distancia. Sabían que había caído en desgracia y era un exiliado en la cordillera. Estaba desempleado, y desde la Corporación Municipal me llamaron por la experiencia en el trabajo con adultos y jóvenes. Luego de escuchar la descripción de la Directora sobre «Los niños problema» de un invento inicial de Enseñanza Media, solo atiné a decir que antes de aceptar el cargo, quería reunirme con ellos. Estuve toda la mañana en un primer año medio, con adolescentes, que por alguna razón, ningún colegio o liceo quería en la comuna. Otros, solo no querían moverse de Neltume. Era una alternativa y nadie sabía si perduraría.

A medio día regresé a la dirección del colegio y mi diagnóstico fue brutal. -Estos niños, dije seriamente-, no son niños problema, solo necesitan atención y amor . Antes que la Directora dijera nada, propuse que lo esencial era descubrir sus necesidades, inquietudes y sueños. Eran pocas horas pedagógicas, así que la única manera de quedarme, era que además, de hacer las consabidas horas de Historia, Geografía y otros, necesitábamos horas de orientación y desarrollo personal. Enseñar desde los juegos, y el corazón. Como no les quedaba otra, aceptaron. Y para complementar, me dieron horas de historia en la tarde noche para adultos que querían completar su enseñanza media. Solo estaba dos días en Neltume, y en la noche alojaba en un cuarto que había arriba del Infocentro, donde funcionaba una Radio Comunitaria, donde compartí una temporada con Rony Andrade y Edgardo Berrocal. Buena gente. Para mi sorpresa, me contaron tiempo después de abandonar Neltume, que donde yo pernoctaba, había sido el mismo cuarto en el que alojó el Presidente Salvador Allende cuando se paseó por el Complejo Maderero, y atrás una multitud. Hay una famosa fotografía donde aparece Don Luis Rosales al cuidado de la seguridad del Presidente, como escolta. 

TIERRA DE ESPERANZA

La Escuela tenía muchas deficiencias estructurales, más contaba con un cuerpo docente de excepción. Como estaban acostumbrados a la Enseñanza Básica, este proyecto de Enseñanza Media en principio fue muy resistido. Junto a mi estuvo la Profesora Johanna Ruíz, que hacía la asignatura de Lenguaje y Comunicación. Fue un verdadero aporte en el fomento lector. Alumnos que no les gustaban los libros, después pedían más. Utilizamos la palabra como un arma letal contra el desinterés en la vida. Poco importaban los contenidos. Lo importante era saber de sus vidas. A unos les gustaba el fútbol, a otros la cumbia, a las niñas las amigas, y solo uno destacaba por proyectarse a algo imposible. Marcial, el niño de Lago Neltume. Su historia me impactó. En los recreos me contaba de cómo se le había quemado su casa y que fue tan penoso y brutal, que sus pequeñas hermanas, que estaban en otro curso, habían quedado tan impactadas, que el trauma las dejó sin habla. No podían verbalizar nada. Solo se comunicaban entre ellas, y con nosotros, los profesores, pero con señas.

LA ESCUELA

La Escuela era de madera muy antigua, que se fue haciendo de a poco, y Neltume fue viendo de generación en generación como se expandía. La sensación era que todo se hacía a pulso. A la entrada, a mano izquierda, la sala de Dirección, que lideraba la Sra. Silvia Brevis, que era jodida, pero buena persona.

Cuando llegué a esa Escuela ya estaba en sus últimos años de actividad. A mano derecha, la sala de computación, más allá la sala de párvulos. Al adentrarse más, a mano izquierda, una hilera de aulas, con su correspondiente estufa a leña, y llena de fotografías de las generaciones que precedían a los estudiantes. En medio un inmenso espacio donde los niños capeaban el frío, donde se cantaba la Canción Nacional, y donde los niños pololeaban. 

Más allá, el casino, donde religiosamente, las manipuladoras de alimentos preparaban el almuerzo, para entrar en calor y hacer funcionar las tripas. Luego venía una salida a mano derecha, y donde había construido un pabellón, que era como un apéndice de la escuela, donde se hacía posible recibir a este grupo humano, niños y niñas, con cursos de Enseñanza Media, de manera de que no migraran a la ciudad, con toda la carga emotiva y económica que ello implicaba. Los profesores e inspectores, curtidos por el frío, eran unos héroes. Y siempre con una mirada de cariño a los niños. Y cuando correspondía una reprimenda. Llevaban años, habían llegado jóvenes y eran y aun son parte de la historia de Neltume, y parte del inventario de la Escuela.

Cristian Marcial recuerda, y yo también a gran parte de ellos. Entre ellos José Noches, Don Hugo Mera y su Sra., Teresa. Estaba  Marta Brevis, Vanessa Cabeza, Don Nelson Leiva, Tatiana Burgos, Helmut Cifuentes. Posteriormente llegó Bernardo Carrera, un capo de la cueca, y miembro del emblemático y mítico Grupo Folclórico de Neltume; Cantares del Bosque.

LA FOTOGRAFÍA

Estuve solo dos años enmontañado. Así como llegué, me fui. Varios años más tarde, pasé por la Escuela a saludar, y ya me había olvidado de todos. Al entrar a la Escuela se me vino en tropel los recuerdos y recordé a aquellos niños. Entre ellos Marcial. Pregunté al Director de la escuela, que es Helmut Cifuentes por este niño que se sacaba solo “sietes” conmigo y que quería ser Marino. Acá está me dijo. Y me llevó por un pasillo. Ahí aparecía más hombre, pero aún con la estampa de niño sano. Estaba vestido de Marino y feliz. Era Cristian Marcial Curiñanco. Me sentí parte de ese éxito, si se puede llamar así. Fue inevitable hacer un “racconto” mental y se me vino el niño, vestido con lo que podía comprar su familia. De una humildad franciscana, pero siempre una sonrisa de primavera. Recordé que llegaba alegre a la Escuela Tierra de Esperanza, que nadie sabe cómo y en qué momento fue presa de las llamas.  Todo quedó hecho cenizas,  con ella todos los recuerdos, libros, bibliotecas, aulas, fotografías de profesores y profesoras que hicieron patria en la tierra del frío, y esa única fotografía.

MARCANDO EL SURCO.

No fue fácil llegar a Neltume, no por la distancia, sino porque Josefina Jiménez Curilem había llegado a este mundo a colorear los días. Pero la vida es la vida, y a veces debemos enfrentar los miedos, haciendo de las tripas corazón. Así llegué y me di a la tarea de estrujarles el cerebro a los alumnos, me di a la tarea de impregnarles la locura, y que comprendieran que Neltume terminaba en la esquina, frente a Carabineros y que el mundo los esperaba. Les hablé de política, de cultura, de música, de historia mapuche, de comidas. La historia -les decía- está en sus casas, en sus padres y sus abuelos, en ustedes. Les ponía notas hasta por las cosas más increíbles, que para cualquier colega formado para formar humanos «marmicot», seria herejía. Yo venía con Paulo Freire y toda su pedagogía del amor. Supongo que más de alguno prestó atención, espero que más de alguno se haya enamorado de la vida, la libertad y los libros. A decir verdad, nadie daba un peso partido en dos por esa generación, ya que al final del día, se peleaban, se garabatean, se querían y se defendían entre sí. Habitualmente yo miraba la cordillera, y que ganas de salir a caminar esas cumbres, senderos, admirar todo desde arriba. La misma cordillera que miraba día y noche ese puñado de valientes que dieron su vida, perseguidos como animales y que fueron masacrados en plena dictadura. Ahí estaba con esos hijos de una historia que el territorio quería olvidar, pero la historia no se borra por decreto. 

Con el tiempo me fui encariñando con estos seres que solo querían que los abrazaran y los reconocieran. Me proyectaba en ellos a su misma edad y solo quería que fueran libres. Cuando se mandaban “alguna cagada”, dejaba de hacer clase y armaba un sermón que nadie quería escuchar porque les llegaba al centro del corazón. En una de esas, se me acerca Cristian Marcial y me “no le haga caso profe”… solo me sonreí y le dije que no me enojaba, solo ocupaba eso para cumplir con mi dosis de «palabrotas y chuchadas» del día. Se fue riendo divertido.

LA FAMILIA, EL AMOR Y LOS SUEÑOS

Sus padres, Don Luis Marcial y la Sra. Mónica Curiñanco. Sus hermanas, Claudia, Sandra y Alejandra. Sus abuelos maternos Segundo y María, y los paternos Rosa y Pedro, no daban crédito a lo que veían sus ojos, cuando “Marcial” entró a su terreno y una tropa de perros y gatos fueron a su encuentro. Venía con un traje impecable de Grumete, no de la Baquedano, sino de una Fragata. Su madre nunca quiso que siguiera la carrera militar, pero su padre estaba orgulloso, y lo apoyó. Su madre hizo lo mismo. Ambos y todos lo extrañaron, pero contra los sueños, nada se puede hacer.

Cristian creció en Lago Neltume, con el Lago frente a sus ojos, y con la voz Mapuche donde mirara. Creció entre ovejas, patos, vacas. Los árboles siempre estaban ahí meciéndose por el viento y la lluvia austral.

Estuvo solo dos años en la Escuela de Lago Neltume, para luego partir a la Escuela Rinconada de Choshuenco, donde cursa de tercero a octavo. Ya terminaba de estudiar ahí cuando el Profesor Don Hugo Mera y su Sra, la Profesora Teresa le comentaron del proyecto de Tierra de Esperanza. Era una buena alternativa para alguien que no tenía los recursos para ir a la ciudad, y solo tenía la alternativa de estar internado en Panguipulli. Llegó marzo, y ya era alumno de primero medio en Neltume. Estuvo desde 2007 a 2010. Siempre tuvo una idea fija, y eso hizo que en el año 2011 ingresara a la Armada de Chile. Sin saber cómo pasaban las horas, los días y los meses, apareció en la Isla Quiriquina, frente a Talcahuano, en la Región del Biobío, que en voz Mapuche significa «muchos tordos» y al cumplir con todos sus compromisos ahí, lo destinan a la Academia Politécnica Naval en la Ciudad de Viña del Mar. Posteriormente recala en la Fragata Almirante Williams, de donde solo desciende después de cinco años de servicio, no sin antes internarse en el Océano Pacífico, donde a menudo perdía de vista tierra firme. La travesía fue más larga de lo que había soñado en aquellas noches de lluvia torrencial en su casa con sus padres, después de retornar de Neltume. Prácticamente conoció todos y cada uno de los puertos principales. Así puso sus pies en tierra firme en Arica, Iquique, Antofagasta, La Serena, Valparaiso, Talcahuano, Puerto Montt, Puerto Williams, Tierra del Fuego y Punta Arenas.

LA CONVERSACIÓN

¿Pensaste alguna vez que lo lograrías lo que soñaste en la Escuela Tierra de Esperanza? 

“Jamás imagine que se hiciera realidad”.

Cuando vi el primer Buque de Guerra quedé maravillado. Nunca pensé que era algo tan gigante. Solo lo veía en las películas, y hora era real. Más aún, cuando por primera vez me vi en altamar. Es algo que no se puede explicar. Yo que siempre había caminado en los cerros, senderos y huellas de Lago Neltume. A lo más me había bañado en el lago cerca de mi casa. Acá era distinto. En la etapa de formación, nos tiraban a nadar en el mar a cualquier hora, en donde no se ve nada para ninguna parte. Menos en lo profundo, nada se ve. Cuando supe que me destinarían a un Buque de Guerra, sentí una mezcla de sensaciones. Pánico, ansiedad, emociónpero también un orgullo. Hoy, que ya no estoy en el mar, aún tengo esa sensación de desamparo y adrenalina y de que uno tiene que salvarse solo. Nadar, y nadar, y nadar, aunque las olas sean gigantes. Y llegar a destino, eso sirve para el resto de la vida. La primera vez que navegué, sentí nervios, pero no me maree, como se supone debe ser. Es extraño pasar días y noches solo viendo el mar. En la noches, las tormentas con oleajes de veinte metros. Eso me recordaba las tormentas en la cordillera, y las ráfagas de agua y viento que chocaba contra las ventanas, de cuando llueve de lado. Pero no, estaba a cientos y miles de kilómetros. Extrañaba las comidas de mi mamá. Los asados de cordero, las sopaipillas, y a mis compañeros de curso. A los de siempre, a los que siempre estaban. Nos molestábamos, pero nos queríamos y quedamos con una amistad para siempre y ojalá perdure. Entre ellos están Marcela Romero, Fernanda Bravo, Richard Bravo, Jun Alarcón, Daniel Veloso, Cinthia Sepúlveda, Bernarda Bravo, Celina Burgos y Cherry Hernández.

Cuando estaba en cubierta de la Fragata Almirante Williams, donde en el horizonte solo se veía una línea opaca por la mañana, y una rojiza por la tarde, en el crepúsculo, el silencio del océano me recordaba al silencio del patio de mi casa, donde de chico me acompañaban los gatos, perros, patos, aves en general, y hasta el ngürü (zorro)”, que de vez en cuando pasaba y se llevaba algo para comer.

Al regresar a Panguipulli, sentí que había cumplido mi sueño, y mis padres orgullosos. Hoy me desempeño como encargado del Departamento Logístico de la Capitanía de Puerto, y con el  Cargo de Artillero.

Cristian Marcial, ese niño que no se dejó amedrentar por la vida, y es como el “Ultimo Grumete de la Baquedano”,  del Escritor Francisco Coloane, solo que este es nuestro Primer Grumete de Panguipulli a bordo de la Fragata Almirante Williams.

Un ejemplo a seguir.

Gracias querido Cristian Marcial Curiñanco.

JORGE MUÑOZO.

*Crónica escrita en la Casa de Cultruncahue entre los días 09 y 11 de marzo de 2019.


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